TE INVITO A VER EL SIGUIENTE VIDEO PARA QUE CONOZCAS A ESTE VALIENTE PERSONAJE.
ROBIN HOOD, ENTRE LA JUSTICIA Y EL AMOR
Versión de Eduardo Dayan y Mariana Dayan
Capítulo 1: Así empezó todo
Era verano en Inglaterra.
El rey Juan estaba preocupado. ¡Los campesinos cazaban ciervos a escondidas en las comarcas reales! ¡Cómo se atrevían! iEn pleno siglo XIII! ¡Los venados desde siempre le
pertenecían a Su Majestad! ¡Era imperdonable! ¡No lo podía permitir! ¡Debía dictar una ley para escarmentar a los cazadores furtivos!
Sonrió para sus adentros. Pensó en un castigo ejemplar e hizo llamar al sheriff.
A grandes pasos, el sheriff Harriet entró a la Sala de Audiencias del palacio de Nottingham.
Tapices y alfombras de países lejanos se reflejaban en los espejos del salón. El rey esperaba, impaciente.
-Sheriff de Nottingham dijo el rey-, iii mis ciervos son míos!!! ¡¡¡ Estoy hasta la coronilla de que los labradores cacen ciervos en mi territorio!!! Ii¡ La caza mayor está permitida solamente a los nobles y para su diversión!!! ¡¡¡ No toleraré a los cazadores clandestinos!!!
Se serenó.
-A partir de hoy, he dispuesto que quien sea sorprendido atrapando un solo ciervo será azotado cincuenta veces en la plaza del pueblo, ¡a la vista de todos!
-¡Esa es un disposición extraordinaria, Majestad! ¡Esos delincuentes deben recibir una lección! iLos latigazos les enseñarán! ¡Aprenderán a comportarse! Si algunos agricultores pasan hambre, ¡no es culpa nuestra!
-Sheriff, basta de charla, ¡me irritas! Ve y anuncia por todo el reino lo que he dispuesto. ¡Ya!
-Si, Su Alteza, inmediatamente, Su Excelencia, como usted diga.
El sheriff se dirigió hacia la salida con la cabeza bien alta.
-¡Por fin se fue! - exclamó el rey admirando sus flamantes botas puntiagudas de última moda -. Me iré a pasear por mi parque. ¡Cómo me cansa gobernar!
Lejos del palacio real, el joven Robin de Locksley disfrutaba de la mañana de sol en las tierras cercanas a su castillo. Practicaba tiro al blanco. Era un arquero inigualable, y lo sabía.
"¡Ojalá estuviera combatiendo junto a Ricardo Corazón de León, nuestro verdadero rey!", murmuraba con bastante rabia. "¡Qué mala suerte la mía! ¡Él se va a luchar a Tierra Santa y para peor no me deja acompañarlo porque dice que soy muy chico!”
El buen rey Ricardo Corazón de León había dejado en su reemplazo como regente a su hermano Juan, pero no era lo mismo. Además, Juan se hacía llamar rey, como si fuera el titular del cargo y no el suplente.
Robin siguió rezongando para sus adentros. Se afligía inútilmente por no poder estar junto al rey Ricardo.
Un ruido de pasos interrumpió sus pensamientos. Esperó y vio aparecer de entre las hojas a un individuo flaco y harapiento que corría hacia él.
-¡Barón Robin, protéjame, por favor!-suplicaba el hombre- ¡Me persiguen los guardias del rey Juan por cazar un ciervo! ¡No fue por gusto, fue por necesidad! ¡La cosecha de trigo fue mala este año, y hace tres días que mis hijos no prueban bocado! ¡Escóndame en su castillo, se lo suplico!
Robin bajó su arco. Se acercó:
-No temas. Sé bien que las órdenes que impone el rey Juan son injustas. Su corazón es duro y cruel… Si aún estuviera el rey Ricardo... se ilusionó-. Ven, sígueme, te ocultaré.
Montados en caballos negros, llegaron los guardias reales.
-¡Barón Robin de Locksley, deténgase! ¿A dónde cree que va con ese delincuente?
El campesino palideció. Robin respiró profundamente y contó hasta diez antes de responder con voz clara y firme:
-Voy a mi castillo. Y este servidor del reino no es un criminal, sino un padre de familia en busca de alimento. Es mi amigo. No nos molesten.
-No será posible -gruñó el guardia principal-. Al matar un ciervo, este villano quebró la ley y debe recibir cincuenta latigazos en la plaza del pueblo, ¡a la vista de todos! Y usted, aunque sea un noble, ¡será castigado por tratar de ampararlo! ¡Andando!
Y sin posibilidades de discutir, hombres y animales marcharon enfilados hacia el centro de la aldea. Hacía calor. Los caballos de los guardias relinchaban cada tanto.
Mariana, la hija del barón Richard at the Lee, bostezaba. "Me aburro tanto en este palacio".
Su padre se encontraba combatiendo en Tierra Santa, y ella había quedado bajo la vigilancia estricta de la reina, la madre del rey Ricardo, y de su reemplazante provisorio, el regente Juan.
-¡Como detesto pasar mis horas encerrada, que fastidio!
Mariana miraba su aposento, amplio y suntuoso. Le parecía una prisión de lujo. ¡Y la reina madre que la seguía a todas partes, dándole consejos interminables sobre el comportamiento y las reglas de cortesía! iQué insoportable! ¡Y ese amigo del rey Juan, el conde Guy de Guisborne, que la perseguía todo el tiempo jurándole amor eterno! ¡Nunca paraba de cortejarla! ¡La tenía más que harta! Hartísima! . Sobre todo extrañaba la libertad que tenía en el palacio de su padre.
Y soñaba con el pelirrojo Robin, su compañero de aventuras y de juegos cuando eran niños... Necesitaba escaparse cuanto antes de su encierro. La vida entre cuatro paredes era inaguantable, intolerable, insoportable.
Los guardias irrumpieron en la Sala de Audiencias. Se los veía satisfechos.
Traían novedades interesantes para el rey Juan: habían perseguido y atrapado a un transgresor de la orden real, que había cazado un venado. ¡Y también traían prisionero al barón Robin de Locksley, que había querido darle asilo en su palacio! El rey estaría complacido.
El regente Juan, sentado en el trono, escuchó atentamente.
[…]
Luego el rey Juan miró con desprecio al acusado y, sin prestar atención a sus suplicas, ordeno:
-¡Llévenlo a la plaza, para ser castigado! ¡Cincuenta latigazos! ¡Ya mismo ¡
Después, el rey miró con ojos enojadísimos al joven arquero. Había colmado su paciencia. El pueblo lo admiraba más que a él, nunca erraba una flecha y ni siquiera se vestía a la moda.
Y ahora, ¡ayudar a un campesino! iUn noble como él! ¡Qué vergüenza!. Estaba tan furioso que hasta le picaban los dientes.
A ti, barón Robin -dijo con ira el monarca a partir de este instante, ¡te quito tu título de nobleza y tu castillo! Vivirás desterrado. ¡Lévenselo al bosque de Sherwood!
Se sentía feliz. El palacio se llenó de sus carcajadas.
Robin estallaba de indignación. No era para menos. ¡Perder su título de nobleza, su castillo, sus tierras! ¡Vivir en el bosque, lleno de bandidos! Y por proteger a un hambriento! Era demasiado, y sobre todo, ¡muy injusto!, aunque fuera una orden del rey. Se quedó pensativo. Algo habría que hacer.
“Tengo que idear un plan”, decidió.
Robin Hood, entre la justicia y el amor. Buenos Aires: Aique, 2011.
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